Siento mucho no haber escrito antes, pero a los que ya me conoceis supongo que sabreis que este verano me ha entrado la vena vaga y últimamente no he sido lo que se dice muy fiel a mi querido blog y a todos vosotros. Supongo que sabreis perdonarme, y ya sabeis, estas vacaciones, que lo que menos me apetece a veces es sentarme delante de una pantalla y ponerme a escribir...ya lo sé, ya...soy una desconsiderada y no merezco ni la mínima parte del interés que mostrais por mí...pero ¡qué puedo hacer...! A veces la desidia se apodera de mí y no soy capaz de concentrarme y escribir...
Pero ya estoy de vuelta, y con las pilas cargadas para volver a ponerme a teclear (jijiji)
Bueno...¿por donde empiezo..? Me gustaría empezar por Alfredo y la noche mágica en el puerto, la suave melodía de las olas y la brisa rozándome juguetona por la cara (¡Oh Dios, me he vuelto cursi, please forgive me!!!), pero quizás lo mejor sea empezar por el principio (¿como no?)
Carolina (te quiero, muacas muacs muacs) me invitó a pasar unos días en la casa que sus padres tienen en Alicante...
Recuerdo el viento haciendo que mis cabellos golpeasen suavemente mi cara y vi a Alfredo jugar cariñosamente con mi melena entre sus dedos. yo sólo llevaba una camiseta larga, que me compré en un concierto de Amaral, y sabía que los tirantes de mi sujetador se podían ver al trasluz, pero no me importaba. Las luces de la ciudad iluminaban levemente a mi compañero y su cara tenía un matiz de fantasía que aumentaba mi ardor.
- Vamos a pasar unos días SOLAS en Alicante, Vero. ¿A qué es genial?. -Sólo con eso Carolina consiguió que mi verano se iluminase. Decidme la verdad ¿acaso no hay nada mejor que gozar de la libertad con tu mejor amiga en una ciudad distinta sin padres?
Me iba a Alicante. Me iba con ella y durante tres días estaríamos sólas en la casa. ¡Fiesta, fiesta, fiestaaaa!!!
Alfredo deslizó sus dedos suavemente por mi cuello, y mientras lo hacía fue acercando suavemente su cara hacia la mía. En ese momento el mundo se detuvo y dejé de pensar. Sólo me importaba notar su cercanía.
En el tren conocimos a un grupo de no-se-qué congregación cristiana que viajaba de vuelta desde Santiago hasta Valencia. Enseguida me puse a hablar con uno de ellos, ya que me encantaba comentar cosas de mi ciudad encantada. Llevaba una guitarra y enseguida nos pusimos a cantar temas de Ismael Serrano, El Canto del Loco y Amaral. Yo no canto muy bien, pero entre los dos y con la ayuda del resto del vagón y de Carolina creo que nos salió un concierto bastante aceptable. Se llamaba Luis y nos intercambiamos los teléfonos, y una vez que llegamos a nuestro destino me prometió que nos veríamos estos días en Alicante.
